Por Stella Maris Closas
Para delimitar el análisis, propongo que, con fines metodológicos, separemos dos sentidos del término:
En un sentido restringido, el porrismo tiene su punto de partida en una serie de films de los Estados Unidos, cuyo apogeo es alcanzado durante los años 80, pero que tiene fuertes antecedentes en los 70. El porrismo surge, en principio, por una cuestión de contenido: los personajes son chicas porristas de un equipo de fútbol americano con sus respectivos amigos, los jugadores, quienes aspiran a ganar una beca para asistir a la universidad, aunque algunos practican sólo por alcanzar popularidad. En el wing opuesto, el grupo de ciencias o simplemente “los nerds”, que son marginados permanentemente por los primeros, hasta que una chica porrista- llámese Cindy, Stacy o nombre afín- despechada por un jugador, comienza a salir con uno de los nerds y termina enamorándose perdidamente de él. O bien, un jugador les hace una apuesta a sus amigotes y sale con lo más feo que encuentra: la chica más inteligente de la escuela que lo conmueve y lo vuelve inteligente también a él. Estas uniones, que pueden darse simultáneamente, convergen en el baile de graduación, que consiste en una noche “carnavalizada” en la cual se invierten las jerarquías, se unen lo alto y lo bajo, y cuya apoteosis consiste en la elección de la reina y el rey. Resta investigar las variantes de este esquema que esbozo sólo para distinguir del sentido amplio.
Sentido amplio: el porrismo ha sobrevivido a las películas de porristas y es una actitud de todo el cine de los 90, incluso de la actualidad. Prevalece con tintes más románticos, tal vez menos estereotipados y obvios pero con una fuerte impronta de final feliz bajo la moraleja “todo es posible”. La marca fundamental, aunque no ha sido lo suficientemente apreciada, aparece en un tema musical en medio del film en el cual se produce la metamorfosis del personaje: si es gordo/a, adelgaza; si es despelotado, se ordena; si no trabaja, se vuelve gerente, etc. Etc. Las primeras escenas son una muestra fehaciente de cómo será el final, y la clave: la mirada enamorada de ambos que se cruzan en la calle, se topan, se conocen, se odian y se vuelven a amar, tras haber seguido al partenaire con un taxi (“siga a ese auto”) al aeropuerto porque siempre alguno de los dos se va y el otro, como metió la pata o se dio cuenta tarde de las cosas, lo/a tiene que salir a correr. Una línea que sería interesante estudiar, es la de la inclusión de la familia de los tórtolos como elemento bizarro y grotesco, que se ha asentado como cliché de la comicidad que la película no tiene.