Por Raúl Taibo
Inscripción hallada en un mate
Quisiera compartir con ustedes ¡Oh! lectores, ciertas reflexiones que por encontrarnos en temporada de vacaciones me parece interesante señalar. Se trata esta vez de la profundamente arraigada tradición popular de regalar souvenires comprados en algún destino turístico X en el cual hayamos estado vacacionando o aunque sea hayamos visitado sólo de paso.
Me atrevo a arriesgar que todos hemos en algún momento participado de esta costumbre, ya sea en el papel de regalador de souvenires como en el de receptor de los mismos. Quién no se tentó y dijo “¡uy mirá qué lindo abanico pintado artesanalmente, ideal para los calores de la tía Emilse!”, o bien “Esta ostra barnizada y adherida a una base plástica a modo de artículo decorativo es especial para quedar bien con La Martita”. Y quién no recibió de su mejor amigo/a una simpática agenda forrada por un delicado cartón corrugado con la inscripción “Recuerdo de Villa X” o “Vacaciones en San X - 2006 / 2007”.
Podremos hurgar en nuestra memoria y seguramente recordar aquel momento en el que vimos bajar del colectivo a una persona querida, más flaca y quemada por el sol, que al vernos corre a nuestro encuentro, radiante y sonriente, y que luego de los efusivos saludos nos dice “¡No sabés lo que te traje!”. O en el caso de ser nosotros los afortunados vacacionantes, recorrer la feria de pulgas o los negocios de la zona céntrica del pequeño pueblo serrano o costero y de pronto quedarnos paralizados ante la visión de un objeto expuesto en vidriera que nos evoca la imagen de ese alguien tan querido, y nos estremece de alegría imaginar su cara cuando le entreguemos el pequeño bulto envuelto en papel madera y nos diga “¡pero por qué gastaste en mí, si no hacía falta!”.
Hasta aquí, esta costumbre parece fundarse en lo mejor de los valores morales y éticos (al menos de occidente). Las dicotomías que se nos presentan son: acordarse y ser recordados, pensar en alguien y sentir que alguien pensó en nosotros, gastar (invertir sería más adecuado) un poco de nuestro dinero tan duramente ahorrado y que alguien haya hecho un pequeño sacrificio sólo para generar una sonrisa en nuestro rostro. Sin embargo, podemos hacer una segunda lectura, una lectura entre líneas si se quiere, de lo que realmente pueden implicar los recuerdos de las vacaciones, si no son elegidos cuidadosamente.
Analicemos un ejemplo: Sobre un mate de calabaza barnizada y con pié metálico que nos regalaron reza “Recuerdo de Capilla del Monte”. Pero... quizás nosotros nunca fuimos a Capilla del Monte. ¿Ven la ironía? ¿Ven la paradoja? Tenemos en nuestras manos un objeto que nos asegura recordarnos un lugar que jamás visitamos, o que en el mejor de los casos visitamos en otra ocasión, pero cuyo recuerdo de ninguna manera puede ser evocado por este mate en el que debajo de aquella inscripción puede leerse “2006 / 2007”. Entonces vemos transformarse aquel tierno regalo en una especie de “recuerdo de tus vacaciones”, de las vacaciones del otro, del que pudo irse de vacaciones, del que se gastó mil quinientos mangos en hoteles, cenas a la luz de las velas, hoteles lujosos, días de playa y noches de fiesta. Intentamos volver a leer la inscripción que ahora aparece con letra desprolija hecha con fibrón indeleble con poca tinta, mientras negamos con la cabeza, intentando recordar aquella gratitud que sentimos al recibirlo, pero ya nos es imposible, la frase ha cambiado para siempre y ahora dice “Tomá, para que te acuerdes de que yo me fui de vacaciones y vos te quedaste recagándote de calor en esta ciudad de mierda que debe haber estado más amarga que nunca porque toda la gente decente se fue a algún lado menos vos, infeliz, que sos un tacaño que no quiere gastar un mango ni siquiera para darse un gusto, comegato amarrete! - 2006 / 2007”
Temiendo que ya sea demasiado tarde para intentar evitar una exageración, dejo a Uds ¡Oh! lectores, deducir las obvias consecuencias que de esta tesis se desprenden si se la aplica al análisis del rol de “regalador de souvenires”.
A modo de conclusión final, sólo puedo sugerir que reflexionemos muy bien antes de elegir un regalo para los nuestros. Un regalo no es simplemente cumplir. Es primero pensar en el otro y luego encontrar un objeto que con sinceridad pensemos que puede gustarle, y no lo contrario, léase ver un objeto de $3,50 (el mismo que vimos en el negocio de los ladrones de al lado que o tenían a $4) y después de regatear veinte minutos por veinticinco centavos, pensar a quién se lo vamos a encajar y encima esperar que nos lo agradezca.