16 julio, 2007

La secta de la libélula

Por Stella Maris Closas*


La existencia de la secta de la libélula me fue revelada allá por mil novecientos ochenta y tantos en un taxi que me llevaba diariamente a las instalaciones de canal nueve libertad. De ese día no recuerdo más que viajaba con las hermanas Serantes- por ese entonces, nu y eve- íntimas amigas con quienes intercambio actualmente correspondencia y algún que otro archivo de flower point.
Resultó que a las manos de eve había llegado la información- a las manos, porque era un volante de origen indescifrable- de que un grupo de personas interesadas en los estudios del lenguaje se reunía quincenalmente los sábados por la mañana, facturas mediante, a dialogar sobre gramática generativa, o para algunos miembros del grupo, sobre gramática transformacional, justamente aquellos que no lograban acceder a las evoluciones y circunvoluciones de la argumentación del mentor. Como fuere, las reuniones no eran más que una pantalla, información que al parecer era box populi en la farándula pero de la que yo recién me desasnaba
El taxista, sobre todo, fue quien pudo aportar un dato crucial: él había transportado a una de las integrantes y afirma haber percibido por el espejito la insignia: una cadenita con el símbolo de una libélula de nácar, probablemente importada de Rosario. Más datos al respecto no teníamos, pero había sido suficiente para captar mi más absoluto interés. Todavía no había conocido a Arturo y mi vida carecía del frenesí necesario, sobre todo los sábados por la noche. De modo que esta es la razón por la cual accedí a dedicar todos los momentos de ocio a desentrañar este enmarañado misterio.
Pero vayamos por parte. La pregunta número uno era conocer cuál era la motivación y los objetivos de esta secta. Al principio, creíamos que eran mujeres que habían sido rechazadas de la masonería, pero esta debía ser una organización que no perseguía la tradición, que era de carácter lábil, claro está, como la libélula. Por otra parte, supusimos que, como alguna que otra secta religiosa, se dedicaba a sacrificar animales para consagrarlos a un dios, o tal vez al conocimiento mismo, dado que la pantalla era sostenida con cierto argumento. Sin embargo era una hipótesis infundada, como tantas otras. La tercera pregunta era dónde se reunían, así habríamos podido espiarlas, sin embargo, cambiaban la sede constantemente para despistar, suponemos.
Pasamos meses sin lograr un solo dato. Las reuniones con las hermanas Serantes no dieron grandes frutos: me comían la tarta de verduras y se iban, sin haber aportado nada. Fue entonces cuando se me ocurrió llamar a Daniel Tinayre- que en paz descanse- y le comenté el asunto. Él estuvo dispuesto a ayudar de inmediato, y me propuso recorrer joyerías- dado que Mirta tenía muchos contactos al respecto- para dar con el fabricante de libélulas.
Al cabo de una recorrida, llegamos a Rosario- ¿el taxista sabía más de lo que decía saber?-y en Zeballos y España dimos con él. Nos explicó que una señora delgada, muy elegante, había llegado con un auto importado y le había encargado media docena del modelo que ella tenía colgado. Prometió pagar por adelantado, y se retiró. La semana siguiente, regresó en busca del pedido, y cuando el vendedor preguntó el motivo de las réplicas, ella respondió con una evasiva y se fugó rápidamente en el auto. Pero no se trataba simplemente de una señora elegante, sino de una clienta de años, que este hombre no dudó en desprestigiar y delatar por cobardía o quizás por cierto despecho acumulado.
Allí obtuvimos la identidad de la vice presidenta, cuyo nombre no mencionaré por discreción. Por el momento, llamémosle S. De ahí en más, la perseguimos a toda hora: fuimos al shopping y a los restaurantes carísimos a los que asistía, persecución que nos hubiera costado una fortuna de no haber sido que Daniel invitaba. Hasta que el sábado siguiente por la mañana, logramos llegar hasta una estancia en las inmediaciones de la ciudad. Allí la esperaba el resto, formando un círculo en el césped. Cuando S. llegó, se congregaron a su alrededor y cada una de ellas recibió la coronación: la sabiduría de todos los tiempos, el conocimiento absoluto, la Idea platónica, la libélula de oro blanco.
Eso presumimos, dado que curiosamente, empezaron a ser extraordinariamente exitosas en sus carreras. Sacaban a razón de treinta publicaciones anuales, muchas de las cuales terminaban siendo candidatas a premios de alcurnia internacional. En una palabra, toda intervención pública era sublime.
Entonces hice lo posible por pertenecer. Nu y eve no aspiraban ni al Martín Fierro, así que desistieron. Yo dejé la actuación unos años- ahora saben por qué, mis televidentes- dado que ellas me aceptaron rápidamente. Pensé que iban a engañarme dándome clases de internalismo, sin embargo, sólo se reunían a catar vinos, comprar libros que nunca leían y a alabarse mutuamente.
Nunca recibí la libélula. Nunca entendí cómo lo hacían.
De modo que regresé a Buenos Aires. Pienso que el éxito de Grande Pá y Dibu se debe a ese mínimo contacto con ellas, allá por los ochenta. Nunca más las volví a ver, quizás fallecieron, quizás trabajen en la ONU, quizás sigan investigando… quién sabe.


* ¡Texto debut de Stellita!