14 enero, 2007

Pasame el liki

Por Cristina Alberó


Controlando su celular a las 7.30 a.m., calzando unas Adidas o John Foos, luciendo un costoso collar de perlas de plástico. Dentro de un jogging que simula grandiosamente ser una calza, cullote de color jamás sobrio, salvavidas naciente. Remera sobre remera sobre remera. Piercing fosforescente en la ceja, al costado o debajo de la boca. Y como si esto fuera poco, para horror de Teté Coustarot, se suma a este concierto de estilo el toque de glamour adolescente a través de una mochila Hello Kitty fondo negra, tiras de peluche fucsia, en el mejor de los casos sin esa seguidilla de cuadrados fórmula uno que techan a Kitty.

Así vestida, la adolescente que ustedes pensarán “...uhmm... qué desprolija...”, no lo es. Para sorpresa hay un útil escolar que, cual borratinta o papel glasé, es de uso preferencial para mantener las hojas en perfecto estado o para decorar eso que dicen es un archivo de las materias en curso. Se trata del liki. Sí, ante cualquier sospecha de trazo inadecuado, se escucha un irreflexivo “...pasáme el liki...”. Frase polémica que desata un arco iris de afrentas a quien se niegue a prestar un liki o a demorarse en su utilización. Porque el liki es imprescindible, nada puede ser escrito si antes un error no ha sido borrado con el dios liki.

Y esto no es todo, mientras que años atrás un liki podía llegar a bosquejar una tímida manchita de Jugate Conmigo o un Emanuel Ortega te amo, por estos días la cosa se pone más blanca aún. Y es que acá no termina la pulsión artística de la adolescente actual. Sea por inercia, por transmisión de rasgos o por fuerzas ocultas, la era del diseño con liki se traslada al colectivo, al señalizador de la parada del colectivo, a cualquier pared que contraste con ese blanco odioso. Y entonces toda la ciudad, sea su deseo o no, se lleva un pedazo de la vida de estas criaturas. Porque quién no se ha tentado de leer esas series de versos libres estampados en las espaldas de los asientos del colectivo. Si algo hay que destacar de esta poesía callejera -escatológica o subida de tono para la abuela que la lee camino al banco cuando va en busca de su jubilación- es el deseo de amistad y de conocer gente linda que posee el adolescente: ¡cuántas direcciones de correos electrónicos, ahora reemplazadas por sus números celulares, están plasmadas por aquí y por allá!

Junto con este divertido y costoso elemento que de las oficinas aterrizó en la escuela media, merecen mención otra clase de simpáticos marcadores mal llamados resaltadores. Esta novedad se ha instalado en las aulas dejando de ser patrimonio exclusivo del apunte universitario. Este resaltador se define como una fibra de trazo grueso en colores fosforescentes. La adolescente no lo utiliza en ningún momento para resaltar sino para delinear las más monstruosas y gomosas creaciones que sirven como declaración de afecto a una amiga, novio o amor imposible mientras usted, docente luchador, se empeña en hablar de ayllus y curacas, o de Estonia, Letonia y Lituania.

Pese a todo, piense usted en lo positivo y no sea represor de tendencias posmovanguardistas lanzando una queja o un chas chas a estos artistas.

3 comentarios:

el capitán beto dijo...

Donde habran quedado aquellos gloriosos momentos de "cuadernos y repuestos rivadavia, se puede borrar y volver a escribir"... L aculpa es de "liki" quesacó su versión en lapicera, porque cuando era tipo esmalte de uñas con pincelito no decoraba consímbolos de anarquía las mochilas... Y quiero aprovechar este espcio para hacer una reivindicacion de los ojalillos!!!

salud y buenos alimentos

M O C R U B A dijo...

Roberto:no olvides que los ojalillos también fueron un arma de decoración,ya sea para pintar con fibrón fluo o para pegar en las simpáticas mejillas.
Cristina

el capitán beto dijo...

y cristina, servía incluso para hacer las veces de aritos (cuando los pibes no llevaban arito a la primaria) oia me vendí con la edad...

salud y buenos alimentos